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¿Qué se debe sentir cuando van pasando los años y estamos cada vez más cerca de nuestra muerte?

 


¿Qué se debe sentir cuando van pasando los años y estamos cada vez más cerca de nuestra muerte?

A medida que el tiempo avanza y los años se acumulan en nuestra espalda, es inevitable detenernos a pensar en lo que representa el paso del tiempo. Para muchos, esta reflexión va de la mano con una sensación profunda de vulnerabilidad, incertidumbre y, en ocasiones, miedo. Pero también puede ser una oportunidad para reconectar con lo que realmente importa, para vivir con más intención y encontrar un propósito más claro.

El peso de la conciencia temporal

Desde jóvenes, solemos vivir con la ilusión de que el tiempo es infinito. Los años parecen extensos, las oportunidades interminables, y la vida, una aventura apenas comenzada. Pero con el paso del tiempo, esa perspectiva cambia. No de forma abrupta, sino con pequeños recordatorios: una cana nueva, la pérdida de un ser querido, la nostalgia por una época que ya no volverá.

Esa conciencia del tiempo finito nos puede generar ansiedad. ¿Estoy aprovechando mi vida? ¿He cumplido mis sueños? ¿Qué dejaré cuando ya no esté?

No es miedo, es humanidad

Sentirse así no es una debilidad. Es simplemente ser humano. Reconocer la muerte como parte inevitable del ciclo vital no nos quita fuerza, nos la da. Porque saber que el reloj avanza es, muchas veces, el motor que necesitamos para dejar de postergar, para pedir perdón, para decir "te amo", para lanzarnos a lo que siempre quisimos hacer.

Aceptar la muerte como destino común puede ser la clave para vivir con más libertad. Cuando ya no nos obsesionamos con evitarla, comenzamos a entender mejor cómo aprovechar cada instante.

Redefiniendo el propósito

Con los años, nuestras prioridades cambian. Lo que antes nos parecía importante, ahora puede parecer trivial. Esa transformación puede ser desconcertante, pero también reveladora. Es el momento ideal para reconectar con nuestros valores, explorar nuevos intereses y regalar más tiempo a lo que nos nutre el alma.

Muchos encuentran consuelo y fortaleza en la espiritualidad, otros en el arte, la naturaleza, la familia o en actos de servicio. La clave no está en evitar pensar en la muerte, sino en permitir que su sombra nos recuerde lo valiosa que es la vida.

¿Y si no se trata de cuánto queda, sino de cómo lo vivimos?

El verdadero miedo no debería ser morir, sino no haber vivido plenamente. No haber reído suficiente, no haber amado con intensidad, no habernos perdonado a nosotros mismos. El paso del tiempo nos invita a mirar atrás con compasión y hacia adelante con valentía.

No se trata de contar cuántos años nos quedan, sino de hacer que cada uno cuente. Porque al final del camino, lo que nos llevamos no son los objetos, ni los logros materiales, sino las experiencias vividas, las personas que tocamos y los momentos que supimos apreciar.

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